martes, 4 de diciembre de 2012

Nos escriben... "Por favor, no me devolváis a la residencia"

Diciembre 2012.

Lo primero que dijo Judit cuando nos vio fue: Vosotros sois mis nuevos papás, ¿verdad? A partir de ahí empezó una aventura hace ya 8 años que nos ha llevado a hacer un camino juntos no exento de dificultades, ni de satisfacciones.

Se calcula que 13.000 niños y niñas viven en familias de acogida en nuestro país. El acogimiento familiar consiste en cuidar temporalmente de un niño o niña y facilitar que pueda volver con su familia biológica. No es una adopción. La tutela la mantiene la administración, las familias ejercen la guardia y custodia. Desde el punto de vista del menor, es un recurso solidario que le va a permitir desarrollarse en un ambiente familiar y poder recuperar un cierto equilibrio emocional. Desde el punto de vista de los padres de acogida es un voluntariado de 24 horas al día y 7 días a la semana), durante no se sabe cuánto tiempo (quizá de por vida), sabiendo que, en cualquier momento, un juez, un técnico de servicios sociales o la propia familia biológica puede romper el vínculo que mantienes con esa persona que, como no puede ser de otra manera, se ha integrado en tu familia al 100%.
.Para ello la familia sólo cuenta (aparte de familia y amigos) con el apoyo de la administración, o de la entidad en la que ésta delegue esta tarea. Y no es nada fácil la convivencia entre el funcionariado y un voluntariado casi sin límites. Intentar fijar las reuniones en horarios de mañanas o exigir la aplicación de recursos inútiles para un menor al que apenas conocen, son el pan nuestro de cada día. Algunas comunidades autónomas, no todas, conceden ayudas económicas que apenas cubren el coste de la alimentación (unos 200 euros al mes). A Judit, el comedor del colegio le cuesta 175 euros. Sin extraescolares.

Pues bien, el acogimiento familiar no está exento de la crisis. En un momento en el que hay más niños residiendo en instituciones que nunca, ya se están dando casos de familias de acogida que no pueden mantener su compromiso solidario con el menor. Simplemente, no pueden. Si unimos las precariedades económicas familiares tan extendidas por la crisis a unos menores que, por lo general, requieren habitualmente de atenciones especiales, tenemos un callejón sin salida. Además, la administración se retrasa en los pagos y en algunas comunidades autónomas han llegado a acumular 6 meses de retrasos. Lo cual no sólo es injusto e insolidario, sino que es profundamente estúpido: la plaza en la residencia a la que ese mismo menor tendrá que volver cuando la familia no pueda más viene a costar entre 1.500 y 1.800 euros mensuales.

Soy tan torpe que no soy capaz de darme cuenta de que las familias de acogida seguramente hemos vivido por encima de nuestras posibilidades y hemos tenido unas atenciones que no merecíamos ni nos podíamos permitir. Y que una sociedad que cuida de los menores en situación de desamparo es deseable, pero no nos la podemos pagar. Qué torpeza la mía. Seguramente por eso no he llegado a político.

Un amigo nos preguntaba… ¿y por qué lo hacéis? La respuesta es fácil: a veces, si quieres ser coherente, es sencillamente imposible decir no.

El otro día Judit dejó una nota debajo de nuestra almohada. Nos pidió que la perdonáramos. Que no se iba a volver a portar mal. Que nos quería mucho y que, por favor, no la devolviéramos a la residencia. Que simplemente, le cuesta mucho portarse bien, pero que nos quiere mucho. Nos dieron ganas de dejarle una notita debajo de su almohada: “Hay otros que se portan mucho peor que tú y tienen responsabilidades de gobierno”.

Por cierto, ¿sabías que en nuestro país hay unos 10.000 menores que viven aún en residencias públicas porque no hay suficientes familias de acogida?