lunes, 28 de enero de 2013

Historias de esperanza: La gallega que salvó a 500 judíos


Lola, la «Schlinder» de Ribadavia, regentaba la cantina del ferrocarril y organizó entre 1941 y 1945 una red de fuga de judíos para pasarlos a Portugal. Su heroicidad, que revelamos en exclusiva, ha sido reconocida en Israel. Ni su hijo supo de su vida clandestina.
Paco Rego
El quiosco. Era el cuartel general de la red de fuga de judíos que Lola, en colaboración con sus dos hermanas, había creado en 1941 en la estación de Ribadavia. ( Foto: Museo etnolóxico de Ribadavia)
El quiosco. Era el cuartel general de la red de fuga de judíos que Lola, en colaboración con sus dos hermanas, había creado en 1941 en la estación de Ribadavia. ( Foto: Museo etnolóxico de Ribadavia)
Un hombre de estatura elevada, barbudo y sucio, tapado con un abrigo de mendigo, está acurrucado en una esquina del único banco de madera del andén. Lleva todo el día mirando de reojo pasar vagones Miño abajo. Cae la noche de abril sobre la estación de ferrocarril de Ribadavia. La voz sale desde el quiosco, famoso por las rosquillas, dulces de almendra y licor de café, que regentan las hermanas Touza: «Mira ese hombre, lleva todo el día ahí sentado sin coger un tren...». Año 1941. Europa se desangra en la II Guerra Mundial. Los judíos que pueden huyen hasta el mismísimo fin del mundo para escapar de las llamas del Holocausto. Lola, una de las hermanas de la cantina, no duda en acercarse al forastero. Le habla en español. Él responde, con sus tristes ojos azules, en lenguas que ella no comprende.
¿Compasión, instinto? La gallega nunca explicó por qué dio cobijo en su casa a aquel desarrapado. Pero lo hizo. Y hoy un árbol sembrado este septiembre en una colina de Jerusalén —donde brotan pinos en memoria de los llamados Justos entre las Naciones— cuenta la heroica y silenciada historia que convirtió a Lola Touza Domínguez, la quiosquera de Ribadavia, en salvadora de cientos de judíos perseguidos. En una auténtica Schindler gallega.
Con aquel hombre, Lola y sus dos hermanas empezaron a tejer una red de fuga —por la que llegaron a escapar más de medio millar de judíos— que arrancaba en los Pirineos y terminaba al otro lado del río Miño, en Portugal. Se juramentaron con un barquero, dos taxistas y un emigrante retornado al que en el pueblo llamaban El Evangelista. Un silencio gallego que ha durado más de 60 años.
El nombre de aquel flaco judío-alemán de los ojos azules, llegado de Lyon, de donde se había escapado del campo de concentración con un asturiano al que las balas nazis mataron tras la huida, fue uno de los muchos que Lola y sus valientes cómplices se llevaron a la tumba. Porque todos los héroes anónimos de la trama gallega de fuga de judíos están muertos. Si por ellos fuera, en el camposanto de la Villa feudal ourensana, partido por un muro de piedra vieja que lo separa del cementerio de los infieles, aún dormiría aquel secreto.
No han sido ellas, ni sus sobrinos, ni sus nietos quienes han desenterrado el juramento de silencio que las Touza se hicieron en vida. La voz delatora llegó del otro lado del Atlántico. Un viejo judío neoyorquino quiso, allá por 1964 (dos años antes de que Lola falleciera a los 72 años), saber qué había sido de aquella mujer que le llevó una noche sin luna al otro lado de la frontera. A la libertad. Se llamaba Isaac Retzmann y, como tantos otros salvados por la cantinera ribadaviense, pudo alcanzar América en 1943.
Retzmann, próspero comerciante alemán de padres judíos, había conocido a un emigrante gallego en la Gran Manzana, un tal Amancio Vázquez, y, sabiendo que éste volvía al terruño de vacaciones, le pidió encarecidamente que preguntara por las hermanas Touza. Tenía 70 años y una delicada salud que le hacía presagiar una muerte anticipada. El encargo terminó llegando a un librero de Vigo, Antón Patiño Regueira, y con él empezó a alumbrarse esta historia oculta que Crónica desvela en exclusiva (Antón dejó escrito antes de morir, en 2005, el esbozo de la verdad de estos héroes de Ribadavia).
De Lola Touza, la más bella de las hermanas —«Tenía una cara muy dulce», recuerda su nieto Julio—, se sabía que su imagen había ilustrado una estampa que circuló por el frente de guerra del 36 para animar a las tropas. Que los niños de Ribadavia aprovechaban los recreos del colegio para ir a su quiosco a probar deliciosos dulces caseros. Que era una madre soltera más, de las muchas de la época. Lo que nadie sospechaba era que la popular mujer de la cantina valía mucho más por lo que callaba. Lola, la madre de la gran fuga.
Abraham Bendayem, Isaac Retzmann, un tal Ariel... En Jerusalén siguen reuniendo testimonios y nombres para elaborar la larga lista de quienes le deben la vida. Los cálculos más conservadores hablan de casi 400 judíos salvados —exactamente 384, lo que matemáticamente equivaldría a dos personas por semana durante los cuatro años, 1941 a 1945, que se mantuvo activa la red de escapada—. Aunque estimaciones más realistas sostienen que el número podría superar el medio millar.
Sesenta años después, llueven los parabienes en el hogar de los Touza. Adosada a un muro de la que fue casa de las heroínas en Ribadavia (calle Juez Viñas, 2), luce desde el 7 de septiembre una placa de bronce: «A las tres hermanas, Lola, Amparo y Julia Touza, luchadoras por la libertad». El propio presidente de la Asamblea Universal Sefardí, Isaac Siboni, en una carta fechada el pasado 7 de agosto, dejaba constancia escrita del sentimiento de toda la comunidad judía: «Nuestro testimonio de admiración y gratitud para Lola, Amparo y Julia, quienes aun a riesgo de sus vidas han salvado a sus semejantes, a nuestros hermanos, de una muerte segura». Cuatro días después, el reconocimiento llevaba la firma de Ron Pundak, al frente de The Peres Center for Peace, la fundación para la paz que auspicia el presidente de Israel, Simón Peres. Dice así: «Recordar estos días a las hermanas Touza es un ejemplo para el futuro de amor y de valor, principios escasos en estos tiempos de odio».
Hasta la fecha, sólo tres españoles —el diplomático Eduardo Propper de Callejón, destinado en Francia, y los funcionarios de la embajada española en Berlin José Ruiz de Santaella y su esposa Carmen Schrader— ostentan el título de Justos entre las Naciones, el equivalente a la causa de beatificación católica, que concede la Fundación Yad Vashem a quienes, como Lola, salvaron a sus compatriotas del exterminio. La santificación judía de la gallega está en marcha.
Han tenido que pasar tres generaciones para que un Touza, Julio, 57 años, el nieto, pueda reconstruir la historia de su abuela. Mientras cruzamos la calle Orense (paradojas del destino) que conduce a su estudio de Madrid, los recuerdos afloran nítidos en su cabeza. «Ahora me explico muchas de las cosas que ella hacía, que hablaba en alto...». El prestigioso arquitecto revive las tardes de domingo en casa de Lola, un antiguo caserón con arcos de piedra, los bailes de fin de semana en la planta de arriba, aquella bolsita de tela cargada de monedas que ella guardaba celosamente en un cajón del viejo aparador... «Eran duros de plata alfonsinos. No quería que nadie los tocara. Valían más que la peseta, ya en curso, y yo, que era un niño, pensaba que mi abuela los coleccionaba. Pero no. Los guardaba como recuerdo de otros tiempos. Con monedas como ésas había pagado algunos favores y el resto se lo había dado a los judíos escapados. Nadie en la familia lo supo nunca. Ni siquiera su único hijo, mi padre... Se ha muerto sin saberlo».
LA COARTADA
Cosas de la vida. Aquellos pasodobles, tangos y chachachás no sólo daban a las Touza unos dinerillos extra con los que poder capear las penurias domésticas en una España mísera de posguerra, donde judíos y masones encarnaban todos los males. Pero no era más que una coartada. De aquellas tardes de bailes y bacarrá, Lola hacía caja para su causa clandestina. «Nadie pasaba hambre a su lado», recuerda el músico de La Lira (banda del pueblo) Ramón Estévez Arango, protagonista ocasional de aquella gran evasión. «Vendía lo que hiciera falta, un abrigo, un anillo, cualquier cosa con tal de ayudar a un solo judío. Era de naturaleza muy desprendida». Generosa.
Y de pronto nos viene a la memoria el angustiado rostro de Oskar, el héroe de la inolvidable película La lista de Schindler, con ojos llorosos y gesto desesperado, mientras a su alrededor un grupo de hombres y mujeres enternecidos esperan a que el empresario benefactor los elija para su fábrica, salvándoles así de la muerte en un campo nazi. «El coche. ¿Por qué me quedé el coche? Valía 10 personas. Diez personas más… Esta pluma. Dos personas. Es de oro… Dos personas más… Él (se refería a un oficial de la SS) me hubiera dado dos personas por ella, al menos una. Una persona más. Por esto… ¡Pude haber salvado a una persona más...!». «Lola era como Schindler», remacha Ramón, el vecino músico. Lola Schindler Touza. El cerebro de la escapada. «No entendía de partidos ni de credos religiosos». Y dicho esto, el viudo hombretón sienta sus 86 años en un banco de la cocina de su casa, en el corazón del barrio judío de Ribadavia (otro guiño del destino), y con parsimonia espera a que las campanas de iglesia de Santiago enmudezcan.
Lola, para el músico Ramón, es una dulce historia de adolescencia. Tenía 17 años cuando se tropezó de bruces con esa realidad que nadie en el pueblo parecía ver. Era una mañana de septiembre de 1941 y ayudaba a su padre, Francisco Estévez, en la descarga de un vagón de ladrillos. Lola se acercó a Paco, como ella le llamaba, y con discreción le preguntó: «¿Cuándo vais de pesca? Necesito que me hagas un favor. Tengo aquí a una persona que quiere pasar a Portugal, pero no quiere hacerlo en tren ni por carretera».
A la mujer le habían soplado que dos agentes de la Gestapo —llegados de Vigo, desde cuyo puerto transportaban el wolframio extraído de las minas gallegas para nutrir la maquinaria de guerra de Hitler—, merodeaban por los alrededores del pueblo a la caza de un judío-alemán fugado de Francia. «Mi padre, por aprecio a Lola, no lo dudó», rememora Ramón. Y esa misma madrugada, a las cuatro en punto, acudieron a la casa de la mujer armados con sus cañas de pescar.

DESNUDO Y AL AGUA
«A él le dimos otra caña y, aunque chapurreaba el español, le dijimos que no hablara. Nos fuimos directos a la orilla del Miño y echamos a andar toda la noche. Nadie sospecharía, pues muchos pescadores solían salir a esa hora en busca de truchas y anguilas para matar el hambre». Por si acaso, Paco se quedó atrás mientras su hijo y el extranjero apuraban el paso. Horas más tarde, recorridos ya casi 40 kilómetros por un sendero empedrado, llegaron a Frieira, la aldea gallega que linda con Portugal. «Como yo era un chaval, el alemán me preguntó si no me importaba que se quitara la ropa. Le dije que no. La dobló y se la ató a la cabeza con el cinto del pantalón. «Te recordaré toda la vida, amigo», me habló en bajo al oído antes de echarse al agua, al tiempo que me regalaba un duro de plata alfonsino. Vi como alcanzaba la orilla portuguesa, y desde entonces nunca más supe de él. En el antebrazo llevaba tatuado el 451... Me dijo que se llamaba Abraham Bendayem».
Abraham era aquel hombre de la estación de ferrocarril, el de los tristes ojos azules, barbudo y sucio, con el que Lola abrió la ruta clandestina —dicen que la más importante de la Península— por la que cientos de judíos ganaron la salvación. Lejos de su tierra prometida. Los más, alcanzaron las costas de Estados Unidos, Brasil, Argentina y Venezuela. Otros escaparon a África, sobre todo a Marruecos y Argelia. Gracias al boca a boca y a la eficaz organización de la comunidad judía, el nombre de Lola se extendió por Europa.
Ni el férreo secreto, ni las noches cerradas garantizaban, sin embargo, que la fuga llegara a buen puerto. Por eso Lola se cuidaba mucho de las compañías. Una palabra a destiempo, un gesto o una mirada indiscreta podían llevarla a la lista de traidores o al destierro perpetuo en una cárcel. La madre, su nombre de guerra en la red de fuga, se rodeó de lugartenientes fieles hasta la muerte. Dos taxistas (José Rocha Freijido y Javier Míguez Fernández, El Calavera), Ricardo Pérez Parada, apodado El Evangelista, que había aprendido inglés y polaco siendo emigrante en Nueva York, y que hacía de traductor) y el barquero Ramón Estévez. Según la ruta que eligiera Lola —había ideado tres: por senderos, carreteras de tercera y cruzando el Miño— actuaban estos héroes anónimos.
Todo empezaba con la llegada de un convoy señalado a la estación de Ribadavia. Lola esperaba con su cesta llena de rosquillas, caramelos y dulces de almendra en las manos. A veces los ofrecía por las ventanillas desde el andén. Otras veces se subía al tren y recorría los vagones con su mercancía. Era entonces cuando se encontraba siempre con alguien que le anunciaba la llegada inminente (día, hora y vagón) de una nueva tanda de judíos.
Los días de llegada, Lola era la primera en abandonar el quiosco. El mensaje de que unos judíos arribarían en las próximas horas corría rápido a los oídos del Calavera. Y en el silencio de la noche elegida, se consumaba la fuga de aquellos desesperados a bordo de su taxi, un Dodge negro americano. «Quién me lo iba a decir, Dios mío... Mi padre...». María del Carmen no se lo cree. Pregunta a la gente del pueblo, todos se extrañan. «Él fue legionario. ¿Qué le parece? Estuvo de chófer de Millán Astray. Y con aquel aspecto de hombre duro que tenía... ¡Qué orgullosa estoy de él».
—¿Nunca le hizo un comentario?
—Jamás. Lo único que nos decía en casa era que no quería comer peces del Miño.
—¿Por qué?
—Decía que estaba contaminado. Luego supimos que en la guerra los de Franco y los del otro bando tiraban a cantidad gente desde un puente que cruzaba el río. A los que se agarraban a los hierros les cortaban las manos. Muchos murieron ahogados o desangrados. Por eso mi padre nunca quiso comer peces.
Tal vez no fuese Lola la única que estaba en la diana de la Gestapo. Según va tirando de la historia su nieto Julio, al parecer, el servicio secreto británico contaba en Vigo con un espía que seguía de cerca los pasos de los alemanes. Se llamaba Eduardo Martínez y era médico. «Es muy probable que conociera a mi abuela», baraja el arquitecto. Sus informaciones fueron reconocidas por el Gobierno de las Islas con la Medalla al Valor, en 1945. «Estos días le he pedido al MI5 que busque los nombres de mi abuela y de mis tías en sus archivos. Me dijeron que pronto desclasificarán algunos papeles de la guerra. Quizás ahí esté la lista que andamos buscando».
La lista de Lola. Nombre en clave: La madre.

Fte: El Mundo

DANZAS DO MUNDO


jueves, 24 de enero de 2013

Aumentan los hogares con todos los miembros en paro


El número de hogares con todos los miembros en paro se ha situado al cierre de 2012 en un total de 91.900 en Galicia, lo que supone un aumento del 28% en relación al último trimestre de 2011, de acuerdo con los datos de la Encuesta de Población Activa publicados este jueves por el Instituto Galego de Estatística (IGE). De este modo, los hogares que tienen al menos un miembro activo y en los que todos los activos son parados superan también, en un 15,6%, la cifra registrada en el tercer trimestre de 2012, cuando eran 79.500. Por provincias, en A Coruña hay 38.600 hogares con todos los miembros en paro, mientras que son 34.300 en Pontevedra; 10.600 en Ourense y 8.500 en Lugo. Además, hay en la comunidad gallega un total de 385.300 hogares en los que no hay ningún ocupado y, de ellos, hasta en 29.300 ninguno de los miembros percibe ingresos.

Fte: www.elcorreogallego.es

domingo, 6 de enero de 2013

Irmaus de Celso Emilio Ferreiro

Irmaus a pesar das fronteiras, das leis, do FRONTEX, dos valados, dos océanos... IRMAUS!! IRMAUS Un poema de Celso Emilio Ferreiro (Celanova, 1912 - Vigo, 1979) Camiñan ao meu rente moitos homes. Non os coñezo. Sonme estranos. Pero tí, que te alcontras alá lonxe, máis alá dos desertos e dos lagos, máis alá das sabanas e das illas, coma un irmáu che falo. Si é túa a miña noite, si choran os meus ollos o teu pranto, si os nosos berros son igoales, coma un irmáu che falo. Anque as nosas palabras sean distintas, e ti negro i eu branco, si temos semellantes as feridas, coma un irmáu che falo. Por enriba de tódalas fronteiras, por enriba de muros e valados, si os nosos soños son igoales, coma un irmáu che falo. Común temos a patria, común a loita, ambos. A miña mau che dou, coma un irmáu che falo. (Caminan a mi lado muchos hombres) (No los conozco. Me son extraños.) (Pero tú, que te encuentras allá, lejos,) (más allá de los desiertos y de los lagos,) (más allá de las sabanas y de las islas,) (como a un hermano te hablo.) (Si es tuya mi noche,) (si mis ojos lloran tu llanto,) (si nuestros gritos son iguales,) (como a un hermano te hablo.) (Aunque nuestras palabras sean distintas,) (y tú negro y yo blanco,) (si tenemos semejantes las heridas,) (como a un hermano te hablo.) (Por encima de todas las fronteras,) (por encima de muros y vallados,) (si nuestros sueños son iguales,) (como a un hermano te hablo.) (Común tenemos la patria,) (común la lucha, ambos.) (Mi mano te doy,) (como a un hermano te hablo.)

sábado, 5 de enero de 2013

NOMBRAR

Paco Sánchez. En una casa cerca de Teixeiro hay una perrita sin nombre por culpa de mi hermana, que se niega a dárselo. Tiene unos dos meses y es la última hija de Bart, un cruce de pastor alemán y husky, bautizado así por mi sobrino en honor al protagonista de la serie animada, gamberro como él. Bart murió hace unas semanas y mi hermana no sabe aún si quedarse con su hija o regalarla. Y no le pone nombre para sentirse libre. Dice que si le da un nombre, ya no puede separarse de ella. Siempre me ha impresionado su razonamiento, que trasluce el poder de nombrar, privilegio humano. Cuando le damos nombre a algo o a alguien, lo separamos, lo convertimos en único y nos comprometemos con su existencia. Hacemos eso incluso con quien ya tiene nombre: le damos otro solo para nosotros, para hacerlo todavía más único y especial. Ocurre así, por ejemplo, con casi todos los apelativos familiares. De la misma manera, al presentamos a alguien, le otorgamos vía libre para que se dirija a nosotros, para que nos llame, para que entre en nuestra vida. Quizá de ahí el carácter formal, casi de rito, que aún revisten las presentaciones. Estoy casi seguro de que esos ciento y pico mil niños que no llegaron a nacer el año pasado carecían de nombre, como tantos mendigos que se quedan sin la limosna de nuestra mirada, como tantos estafados, robados, violentados. Todos sin nombre, NN’s como les llaman en Colombia. El anonimato nos hace injustos, con el benéfico donante anónimo como excepción. Le pido a los Reyes Magos que traigan nombres para todos, especialmente para los niños. Fte: www.vagonbar.com

jueves, 3 de enero de 2013

Para ser optimistas... 1 millón de euros

Ser optimistas ten prezo. Concretamente, 826.271 euros máis IVE. É o prezo no que a Consellería de Economía e Industria contratou a campaña Galicia competitiva: a innovación, o emprendemento e a internacionalización como eixos clave para o crecemento económico e do emprego de Galicia, a acción publicitaria que o Goberno galego comezou a tramitar durante o verán co obxectivo de transmitir "optimismo" ante a crise a través dun "ambicioso" proxecto de anuncios propagandísticos cun impacto nada desprezable nas arcas públicas.


¿Non se nota xa o optimismo? Pois que saiban: 1 millón de euros. 


Fte: extracto de praza.com